Se dice para asegurar que jamás se volverá a hacer algo que ha salido mal o que no ha resultado como se esperaba.
La frase parece una construcción más basada en la rima que en otro significado más profundo, aunque quizá pudiera tener algo que ver con la incredulidad de santo Tomás apostol que no estuvo seguro de que Cristo había resucitado hasta que metió los dedos en la llaga del costado.
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